Tuesday, May 23, 2006

Mudanza

Relato

En mitad del camino, de repente, aparece una amapola gigante, destacando sobre el campo de margaritas que apenas han abierto la flor. Se ven perfectamente sus flexibles tallos peludos, el remate más grueso con forma de campana, y luego, la explosión de color, rojo fuego con un poco de negro, picado el fulgor por unos bichos minúsculos, mariquitas o tal vez gusanos. Es un trozo de sendero, por el que va caminando un tal Gustavo, con todos sus arreos a cuestas. Cuando ya no puede más se echa a la sombra de una extraña palmera, donde debiera haber un pino lleno de agujas formando la hojarasca. Tal vez es un pino, pero él ve "palmera", la cosa es que se recuesta contra el saco que sobresale de la amplia mochila, y enseguida se duerme, tras quitarse las botas de color camel. Tiene un sueño pesado, que parece rezumar por encima de su nostacho nietzscheano. Se le aparece un caballo blanco, sin apenas un pelo negro en todo su cuerpo, y debajo un huerto de setas, o de hongos salvajes, y más abajo, un ser que parece un gnomo, se le acerca y le dice algo al oído, pero él no comprennde el lenguaje forestal, y decide seguir su camino. Se mea contra el alto trigal, el verde forma una pantalla perfecta; luego, se levanta un viento refrescante, al final de la larga tarde de verano. No tarda mucho, su sombra, en encontrarse ante un tronco hueco de encina, su agujero medirá al menos ochenta centímetros de diámetro. Casi que mete la cabeza dentro, pero en esto que oye una voz ronca, que le dice algo que tampoco entiende, sólo capta palabras sueltas y terminaciones como "arg" o "llul". Deja el tronco muerto y prosigue su camino, bajo un vuelo de pájaros que no cesan de graznar, como si estuvieran hambrientos y esperasen la carnaza. En el horizonte sin obstáculos, de golpe, se hace de noche, sin ninguna gradación de la luz. Gustavo vuelve a detenerse, esta vez ante un bloque de granito sobre el que han pintado de amarillo limón: NO TIRAR NADA (pero la primera palabra, la negación, está ya medio borrada). Luego escucha una especie de móvil, aunque juraría que el suyo, un viejo aparato Motorola, hace tiempo que lo tiene sin cargar y hasta duda de su funcionamiento. Es un número que no conoce (pero, ¿se sabe algún número de memoria?), pero lo atiende al cuarto timbrazo. Suena del otro lado, pero como si estuviera aquí mismo, una voz femenina, claramente cantarina, que a su pregunta de dónde estás, responde "en la infancia", y le pide que vaya enseguida, que tiene un taxi esperando. Esto último no acaba de entenderlo, y hasta se sonríe al ver que en la pantalla le sale su nombre ficticio "liszt", y que haya dicho que le llama con el móvil de su padre, ya es la repanocha. Pero en ese momento, se cree a pie juntillas todo, hasta que ella es su amante, la mujer más guapa y elegante de la ciudad, y de que lo está buscando como la lumbre.

No sabe qué hacer. Se encuentra ante una acequia llena de matajos, cardos, sauces, juncos y más vegetales cuyos nombres no conoce. Se acuerda de otra chica de otro tiempo, cuando paraba en el cortijo del Pastor, que era aficionada a los pasteles duros, y que decía siempre al pedir que ella era del mundo entero, ante preguntas indiscretas. Con ella vendía collares, pulseras y esa clase de souvenirs a los turistas. Sale del ensueño cuando siente el agua helada en los pies, el musgo le hace cosquillas, el pejesapo del fondo del cauce. Ante sí tiene a una mujer de unos treinta años, que viste toda de blanco (camisa muy fina de cuello muy largo y algo entallada, pantalón amplio de lino y sandalias veraniegas, y también un pequeño chal al cuello), del estilo de Massimo Dutti woman. Sin abrir la boca, sabe lo que está diciendo. "Así que ésta es la infancia que me decías", empieza él, casi tartamudeando.
"Te estuve buscando por todas partes, hasta que me quedé sin cobertura."
"No sé de dónde vienes, me da igual, estás muy guapa."
"Me aficioné a la música clásica. ¿Te acuerdas que cuando nos conocimos sólo escuchaba a los Mojinos Escocíos y a Ketama?"
"Bueno, también a Javier Ruibal, aquella noche me pusiste la cinta y yo te dije que lo había escuchado en concierto hacía poco."
"Es verdad." Y ríe de forma nerviosa, mientras exhala el humo del cigarrillo. Sigue fiel a L & M.
"En cambio con las Variaciones Goldberg no podías."
"No, es verdad, te dije que las quitaras, que era un plomo."
"Cómo me gustaba escucharte lo de bonito."
"Bonito", y lo dice como le gusta. Y parece que fue ayer cuando se puso de puntillas para besarlo, un beso casi clandestino, en un pasillo del centro cultural, desde la biblioteca donde solía irse a estudiar. Y recuerda que sabía a todas sus comidas, y le encantaba olerla, y cuando tenía el pelo recién lavado, y con estas sandalias pisar el acelerador del viejo coche que le había dejado el padre antes de poder comprarse uno de su gusto. Y volvió a olerla, entre las cañas del río, y supo que era algo delicioso.

Tras un parpadeo, ya no estaba, se había esfumado como el viento, como un guante de humo por la chimenea. Soplaba la brisa cerca del mar. Pensó en echar a correr hasta la orilla, mojarse los pies agotados de tanto caminar, echarse agua salada en la cara para despertar del todo. Vio la piedra con la leyenda fosforescente, olió a sardinas asadas, el viento, la calima.

De repente, está otra vez rodeado de gente, en el interior de un ascensor abarrotado; pero es tan grande como el hall de un hotel de cinco estrellas, y en el centro hay asientos, y es como en el juego, todos corren para pillar uno y no quedar fuera. Desde su posición, mira con ansia hacia donde ella se esconde detrás de unas enormes gafas de sol. Ella le guiña detrás de una chaqueta y otras gafas que son otro modelo distinto. No hay sennsación de movimiento, y el techo no se ve, pero de vez en cuando unos números rojos van señalando el piso por donde van. En una de las aperturas de las puertas, se encuentran ante una plataforma que está rodeada de torres de viviendas. En los luminosos de arriba aparecen los nombres de las dos empresas acusadas de estafa millonaria. Entonces, piensa en la desconocida, y sale corriendo escaleras abajo, tratando de encontrarla. Por fin da con ella en la parte de abajo, donde las casetas azul eléctrico de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. Ella lleva un vestido verde de gasa, medio transparente, que le llega hasta los tobillos, pero en los pies, nada, va descalza. Su rostro es muy parecido a la de la mujer con la que vendía bijoux, pero su forma de moverse es sólo de ella, de gwendolina. Ella le hace un gesto adecuado con el llavero azul, que alza lo suficiente como para que él lo vea. Se ve caminando por un pasillo estrecho, moqueta azul brillante, paredes algo amarillentas, puertas en rojo cereza. Llegan a la 404, ella abre con la tarjeta color taxis de Barcelona. Él empuja la puerta cinco minutos más tarde, tras ver cómo una luz roja se enciende al otro extremo del pasillo. Ella está sobre la cama, a su lado el Siemens que siempre la acompaña. Está prácticamente desnuda, salvo por unas bragas color carne, que se deja por coquetería, y un collar que él mismo le regaló en sueños. Ella está de espaldas a la puerta.
"Ven, no te pasará nada."
Pasos sobre el parquet. Afuera, llueve a cántaros. Huele intensamente a su perfume, que enmascara otro olor más viejo, como a húmedo y yeso desgastado, 212 Carolina Herrera.
"¿Dónde has estado todo este tiempo?"
"En la habitación del hijo."
"¿Es que has tenido un hijo?"
Su risa vuelve a inundar el ambiente, suena como el mar por la noche, cuando sólo hay una oscuridad densa y no existen límites, y esa misma brisa helada le hace poner los pelos de punta.

Y entonces se acuerda: en todos los sueños anteriores, se ve con un niño cerca, de unos dos o tres años. En la primera escena, está en lña casa de su abuela, en un piso muy alto de Carretera de Cádiz, ve desde el ventanal del salón los coches como hormigas atómicas. En la segunda escena (la que más le gusta), él mismo lleva al niño en brazos, cuando él se lo pide con su vocecita de soprano, lo sube a hombros para que pueda ver todo perfectamente. El momento más curioso es cuando pasan por delante de una iglesia en ruinas, el crío comenta algo sobre la hiedra que trepa por los muros, pero él sólo huele a pistacho y a gofre, a caramelo caliente. En la última escena, el niño está por el suelo mientras la madre, con el móvil pegado a la oreja derecha, habla y habla, pero sin que se escuche nada, en un vacío perfecto.
"Creo que antes no me has entendido", sigue ella, ahora ya sin las bragas, que han quedado al pie de la cama hechas un guiñapo. Él siente el impulso de agacharse para olerlas, pero algo lo ata al mismo punto, entre la puerta y el lecho.
"¿Qué?" --como un gritito histérico.
"Dije en mi infancia."
"Ah."
"Ven, no te quedes ahí como un pasmarote."
"Estoy cansado, creo que me iré a mi casa."
"Tu casa está aquí dentro."
Ahora los dos yacen muy juntos, es ya la mañana siguiente y por las celosías entra una luz tenue de principios de septiembre. En la calle se oye una agitación de gran ciudad, coches, gritos de vendedores, ambulancias y policía. Ella está ahí, sin la sábana que él atrapa como un prisionero, con las piernas estiradas, abiertas a la influencia, con su color mate, con sus pecas en rostro y en el pecho, sobre todo en la parte superior. Apenas tiene dos bultitos, y luego los pezones, un poco oscuros, un poco erectos. Luego, su ombligo tan vertical, que él nunca se cansó de adorar. Más abajo, su pelambre rubia, y luego, el abismo de las piernas, el silencio del mundo. No hay canciones, sólo un murmullo de viejas cañerías, los obreros del piso de al lado ya en faena.
"Tu hermana tenía esa mancha en uno de los muslos, que la hacía imperfecta. Tú, en cambio, eres sin mancha."
"Que te crees tú eso, bonito."
Él se puso a temblar. Ahora el corazón le da un vuelco, y está de nuevo con escalofríos, despedido del taxi rojo, con su bolsa de papel abierta, la ropa cayendo a la acera y otra sobre el asfalto agrietado, una mujer negra sentada en un asiento de hiero, en la calle del Desamparo, haciendo la calle. Huele a comida de pobres, hay una señal de paso de peatones caída, una valla amarilla, otra roja, que impiden el paso. Él corre hacia una cabina, para llamarla, un número de nueve cifras que se sabe de memoria, pero sólo se escucha "el teléfono marcado está apagado o fuera de cobertura --si quiere recibir un mensaje cuando...", corre y corre por callejuelas entonces familiares, ahora inhóspitas, diciéndose que ya nunca más, nevermore, como el famoso cuervo, y su hombro le duele, y todo su pecho se empieza a endurecer, y sus rodillas tampoco son muy flexibles. Al llegar a la Plaza de Benavente, el cartel del musical enfrente, sobre un rockero famoso, y luego los cines Ideal, y más abajo, y calle Atocha abajo, corre como al que se lo llevan todos los demonios, corre y se precipita como si lo persiguiera un perro furioso.

Parpadea, y de nuevo una luz roja cegadora. Una nube que huele a fresa, una mano que busca su mano, su nombre "Gustavo" dicho por la única voz amada, pero ahora todo eso es inútil, mientras espera que le den el cambio, ESTE TELÉFONO NO DEVUELVE CAMBIO. Al fondo se escucha un riachuelo, luego una cortina se descorre, y aparece ella, con un vestido rojo que poco a poco va cayendo a sus pies.