Wednesday, June 22, 2005

Al borde del río de la muerte

Un hombre, cuando ya es menos que eso, cuando ya siente las campanas que doblan por alguien que pudo ser él, en otro tiempo, en otro lugar...

Ayer, en el Día Europeo de la Música, al final del día, escucho a unos jóvenes músicos que tocan obras de Shosta: el segundo movimiento del Quinteto con piano, op. 57; el Trío, op. 8, obra de juventud, por el Trío Berrueca. Y esta tarde, una de sus obras crepusculares: la Sonata para violín y piano, op. 134, en versión de Shlomo Mintz y Viktoria Postnikova (Erato/ Elatus, grab. de 1992). Ahí dominan ya los movimientos lentos: un andante de 11', luego un breve allegretto de 7', para acabar con un largo de 16'. Ese final, como subrayando la despedida. La enfermedad, y luego la debilidad mayor, según Pavese. El sufrimiento no sirve para nada. Pascual dice que el suicidio es un acto de cobardía, y será cierto. Sé que si quisiera morir, tendría que ser sin sentir dolor. Shotakovich y sus obras del final: hacia el silencio, hacia los gestos rasantes, los contrastes casi cómicos, la vuelta a un congelamiento y la desaparición que cantan las cuerdas más lúgubres..., esa viola del op. 147, ¡qué obra de desolación! (como en sus últimos cuartetos de cuerda, sobre todo el último). Adagio: es la mano fría que roza mi frente, es el suspiro que me despierta en sueños.