Wednesday, May 11, 2005

Dividido

John es el hombre medio norteamericano, que trabaja en una compañía junto a un socio, que está casado con Elsa, una mujercita que ahora está enferma. Loving es su alma enferma, muerta en realidad, cuyo rostro es una máscara cuyas facciones reproducen exactamente las del semblante de John, la máscara yacente de un John que hubiera muerto con una sonrisa desdeñosa sobre los labios. Ese burlón desdén se repite en la expresión de los ojos, que miran fríamente desde detrás de la máscara (presentación del acto I). Eugene O'Neill desdobla a este personaje para dramatizar mediante esta técnica una crisis terrible, que sólo tendrá salvación en la postrera resolución. John tuvo una crisis de fe en su juventud, cuando sus padres enfermaron y murieron, y el Dios de Amor se convirtió en el Dios de Odio del Antiguo Testamento. Desde entonces decidió abrazar la filosofía de Nietzsche y las corrientes anarquistas, que es un trasunto de la propia educación del dramaturgo. Por el camino, algo se perdió, y es lo que nos han venido relatando los discursos filosóficos de la Modernidad. La aparición de un tío suyo, Baird, sacerdote, servirá para enfrentar a John con esa parte de sí que está fuera y no cesa de lanzar bravatas y frases sarcásticas como ésta:

¡Una vieja superstición, nacida del miedo! Más allá de la muerte no hay nada. Eso, por lo menos, es seguro..., una certeza que debiéramos agradecer. Nuestra vida es bastante tediosa. No nos condenes a otra. ¡Déjanos descansar en paz, por fin!
(Días sin fin, en Teatro Escogido, Aguilar, 1970, p. 1226).

El debate metafísico que tiene lugar en los actos 2 y 3 es dramatizado mediante la trama de una novela que John está escribiendo, y que en realidad es una autobiografía apenas encubierta. La manera en que lo cuenta, con Loving apostillando de vez en cuando, es la parte más intensa de esta obra espléndida sobre la actualización del mito de Fausto. No hay que olvidar ese momento no menos real cuando Elsa recibe a Lucy y ambas hablan de sus miserables vidas vestidas de falsas apariencias. Loving es la perfecta encarnación del nihilismo moderno, que sólo busca el regazo de la muerte, abandonarse en la Nada. John tiene que luchar contra esa tendencia destructiva, que acarreará también el desastre para Elsa, aquí la representación del amor, que vence a todos los malos presagios. Ese acto cuarto es un poco falso, la verdad, con la reconciliación en la iglesia del final, la cruz de madera y las dos simbólicas, una viva, la otra muerta, la paz por fin reencontrada, y el final de la novela del lado de Baird, no de las fuerzas dionisíacas. Seguro que los críticos modernistas del New York Times criticaron precisamente esta vuelta de tuerca religiosa en unos tiempos (1933-4) en que la religión entraba en profunda crisis, para no ser resuelta de esa manera. Sea como sea, escuchar a Loving es todo un placer.



La otra noche vi en TV el filme Mary Reilly de Stephen Frears, con una soberbia Julia Roberts en un papel inusual y un camaleónico (y nunca mejor dicho) John Malkovich, en el papel del doctor Jeckyll y Mr. Hyde. Lo curioso de la cinta es que la historia ya por todos conocida se cuenta desde el punto de vista de esta sirvienta, que será testigo de las andanzas nocturnas de su señor, y del proceso horrible de desvelación final. La fotografía nebulosa de Philippe Rousselot crea ese clima crepuscular de un Londres victoriano, la famosa niebla por doquier. Los desmanes del Otro Yo son insinuados más que mostrados, y el papel que interpreta Glenn Close hacen pensar en Cruella de Ville, jeje... Salvo esa escena gore del final, la película es bastante "recatada" en el sentido de que prefiere que imaginemos lo que sucede en esos pasillos horribles y en esa perturbada mente científica. La obra de Stevenson fue pionera en indagar en la parte oscura del alma, que luego Freud bautizó como inconsciente, y en donde el sexo y lo real tienen sus dominios de intensidad. No sólo de sangre vive el hombre, ese depredador. El hecho de que Jeckyll se interese tanto por el pasado lamentable de Mary prueba la tesis de Freud sobre la importancia de la infancia. En definitiva, una buena película, a la que yo hubiera quitado esa machacona banda sonora de George Fenton.

En mi sueño: la violencia como pornografía. Entré al "cine" a ver una sesión doble, porno, y me encontré con la sala llena, una sala más bien de cine de verano, el suelo medio inclinado, y muchos niños, ¡muchos! Luego, según mi posición, veo que los padres son cómplices de esa entrada masiva. Delante de mí se pone un motero de pie, le digo que no me deja ver. Miro hacia atrás y veo que una chica lleva cuatro o cinco cuchillos en el cinto. La película va de un terrorista, hasta se ve cómo prepara en directo uno de sus atentados..., algo gotea, amasa ese material explosivo..., y luego cierra el coche, y estalla, y sale huyendo, y corre, corre..., una voz en off, y luego el sueño se corta. La violencia está por todas partes, y yo podría ser protagonista de la película. No hay desnudos, porque el sexo es inocente. Lo que es obsceno es esa sala llena de niños, y cómo la juventud asimila la violencia sin aparentes problemas. Y la permisividad de los padres.