Monday, December 19, 2005

Un lugar en mitad de la intemperie

Descubro que siempre vuelvo a los mismos autores, los mismos músicos, que mi camino es circular, y que todas mis ansias juveniles de captarlo todo, de escucharlo todo, de leer todos los libros, son sólo eso, ansias, unos sueños que ahora creo se han difuminado por completo. O será que cuando uno se mete de lleno en un campo de conocimiento, sabe que hay unas limitaciones, y que más allá de unos pocos "gustos" o caminos, el resto ya no interesa, o no es accesible (me sucederá también con esto de la gastronomía). Por eso, escucho una vez más a Beethoven, sus conciertos para piano 3 y 4 en versión de Murray Perahia y la Orq. del Concertgebouw dirigida por Haitink (en el sello CBS, ahora Sony). Es difícil encontrar una afinidad mejor entendida que la que hay aquí entre solista y orquesta-director. En el lento del nº 3, hay tal intimidad y gracia, que uno queda anonadado. El nº 4 es una obra de otra índole, no tan perfecta, con un movimiento central que es más movimiento de transición que posada del espíritu. Siempre, siempre lo mismo.

Los mismos discos de Frank Sinatra en el rastro del domingo (y todos esos carrozas de los años sesenta y así) y en la tienda CUDECA, también ahí Peggy Lee y la ínclita Ella Fitzgerald. Las portadas ya lo dicen todo: son otros tiempos. Tiempos que uno no vivió, que imagina a través de series de televisión, de películas sobre todo, de algunas novelas y folletones, y sobre todo, de las fotografías de un tiempo que es casi mitológico: porque todo lo que no vivimos es parte de la mitología moderna, o antigua quizás. Y ese páramo en donde no existimos, en ese no lugar del que se procede y al que se acabará volviendo algún día...

Wait. Desde hace algún tiempo, tengo presentimientos, señales tal vez, sé que hay un hueco, algo profundo, y que ese vacío, ese malestar físico, anuncia un estado que será el mío. La muerte, si se la puede llamar así. Esa desazón profunda, echado en la cama después de comer, o una tarde de domingo, cuando toda la bruma semanal se vuelca sobre nosotros. Y sé que estoy solo, que siempre lo estaré, y que lo peor está por venir.

La música no aligerará eso. De mi infancia viene el tufo insoportable de una música odiosa, populachera, la que ponía mi padre en el tocadiscos, la música del franquismo, de la gente que nunca escucharía otra cosa por falta de educación. Por eso, la música popular se me presenta como la pesadilla de un tiempo brumoso en el que yo era apenas nada, una pequeña madeja, un odradek, y saltaba de aquí para allá, con mi pequeña carga de odio a cuestas, pero sin sacar nunca los filos. Y me quedaba vacío a tu lado, soñada musa de ojos como telarañas, y el viento en el pelo, y la hierba crecida, y una voz a mi espalda, que decía "eh, niño, abre la puerta, déjate llevar por la sal...", sal de las olas, el mar, y ahora: leo frente al mar, la única concentración posible. No puedo soportar a estos semejantes que hablan de cosas que no me interesan, jóvenes o viejos o adultos interesados.



Leticia Moreno, el sábado, sosteniendo su violín, que tendrá que devolver en junio próximo, ella, tan joven, tan segura de sí misma, tan hermosa, tan cálida, se toca su melena, ella, la música, la gente joven no podrá entenderlo. La música es el hilo rojo en toda esta historia, este álbum de recortes que te ofrezco, pequeña y saltarina voladora.