Thursday, December 23, 2004

A través

Encontré una maleta mohosa detrás de un enorme pino, una maleta cuyo color es dudoso, entre rojo y violeta, con manchas blancas y adherencias de musgo y otras colecciones de materia vegetal. No iba a mirar, pero al final la curiosidad fue más fuerte, y me agaché, y ví que no estaba vacía, estaba cargada de cosas de otro tiempo, viejos papeles amarillentos, un patito de goma, calcetines rotos de padre, camisas de leñador, y algunas cintas. Me interesa el cassette, leo: PURCELL DIDO & AENEAS una grabación de DECCA del año 1978, con Janet Baker, Peter Pears y otros más, Aldeburgh Festival Strings y London Opera Chorus dirigidos por Steuart Bedford. Resulta que el gran Benjamin Britten está metido en esta producción. Me paro, descanso contra otro pino, no tan corpulento como el del secreto, y meto la cinta en el radio cassette. La obertura es muy conocida, me digo. Pero hay algunos problemas con la cinta en sí, del tiempo que lleva sin usar, me digo, porque se van las voces, vuelven, todo es como una pelea de gatos. Marcha atrás, por ver si se mejora. Consigo escuchar todo el primer acto, y parte del segundo. Pero en la conclusión de
éste, en el comienzo de la cara B, la cinta ya no da más de sí, tengo que parar el cacharro, y me quedo sin saber en qué paran las aventuras trágicas de esta pareja, la reina de Cartago y el príncipe de Troya, que así como se encuentran y se unen, son condenados a separarse, por mediación de unas brujas, como solía pasar entonces. Esa tormenta..., esa cueva en donde se cuece el maleficio... y luego, el bosquecillo en donde se fragua la desgracia. Miro al cielo, está el día muy frío, pero no hay nubes que amenacen tormenta. Entonces, me sumerjo en una especie de ensoñación, y sueño que hay insectos a mi alrededor, que están debajo de mi cuerpo, en mi cabeza, rondando por mis pelos, brotando de las manos. El violín es un mosquito, la tuba un abejorro, bumble-bee, qué bien suena, pero dentro de los ojos donde descanso, comienza el rugido de un mar lejano, y unos niños gritan y juegan en un patio, y otro de grandes ojos tiznados mira por el cristal de la ventana hacia un exterior gris en donde se ha congelado el tiempo. Luego, es un tren que se desliza, con su habitual traqueteo. Flautas, clarinete y trompa irrumpen con pequeñas erupciones, espasmos que el silencio de la cinta se traga, porque su reverberación es siempre mayor. El hombre que duerme es un enano que descansa, en la hojarasca, en la escarcha, y la Orchester-Finalisten prosigue su ensayo, que es ya la realización, el entrenamiento. Y el final no llega nunca, aunque un moscardeo y una flauta soplada en falso pueden dar esa impresión. Más de tres siglos, y estoy tirado en la hierba, las zarzas por única compañía, huele, ha llovido, la tierra húmeda, un nido de araña casi lo destrozo. Me duele la cabeza como si me martillearan desde dentro. Pero todo está fuera, la invasión no ha terminado.


Karlheinz Stockhausen en la Ópera de Leipzig

La música hacia el siglo XXI ::: Revista de Occidente, diciembre 2004