Monday, December 20, 2004

Adentro en la noche

Me acosté cansado, sin reacción, y soñé que era un caballo de cartón (José Bergamín).

... despierto sobre un banco de piedra de superficie roja medio mojada, es todavía la noche, siento el rocío entre los dedos y algo mojado el pelo, la impregnación de todos esos sueños que se me vienen encima, cuando es la hora boba, y me levanto: enfrente es el hotel ahora, pero cuando pequeño mi madre nos traía aquí para pagar los sellos, era un edificio franquista con un cenicero de metal con un pie para patear, y la gente vestía viejo y sin color, y el humo lo llenaba todo, había que esperar sin sillas, las que había... Pero no, ahora es aquí, en la sombra, me he despertado sin saber qué, tengo los ojos velados, hay... Soy un mendigo, pero fue de la hoy para mañana. Me pregunto si habrá alguna fuente cerca para lavarme la cara, aunque todavía es temprano. Miro hacia atrás, ahí una mochila vieja, de un color entre azul y rojo, y una pequeña manta raída, que encontré en una cueva que fue tapada por la policía, en donde dormía Rudi. No pasa nadie por la calle, enfrente hay un restaurante que se llama Ágape, y no sé si ya, pero las hierbas, el acebo, los adornos de Navidad... falta todavía para eso, según me parece. Y la cartelera de cine, y las horas secas en que se cuentan las hojas secas y la sequedad de boca, y el rojo de la saliva, tengo los dientes podridos, cada vez más...

Paseo, vengo y voy, por un sitio que se llama Metro, aunque podría ser el sótano inmenso de un viejo caserón abandonado. He visto a esa mujer que lleva una niña pequeña entre sus piernas, y sé que no habla bien nuestra lengua; la niña puede que tenga veintisiete meses. Ella, la madre, tiene los dientes grandes y separados, los de delante, y chupa una piruleta gigante, roja explosión para lengua y manivela. Sonríe siempre, bienaventurada, y dice que fue a la Feria todas las noches. La miro con pausa, con arrobo casi, porque no puedo entender del todo su estructura, y sé que si me pierdo los detalles luego no estará para las repeticiones. No se ve hombre que la acompañe, por lo que decido entablar una pequeña charla con ella. La niña, como un marsupial, no se separa de sus piernas llenas de granos y pelos de un rubio blanquecino. También su cara tiene restos insidiosos de acné. Ahora nos hemos comunicado los números, y será fácil en caso de pérdida. Me entretengo mirando los escaparates de los comercios subterráneos. Pero en realidad, tengo la vista vuelta hacia mí mismo, y sé que adonde quiera que mire, siempre habrá un mendigo tarareando alguna canción latinoamericana. Miro mis manos callosas, nunca las tuve así desde esos tiempos de la infancia, cuando mi hermana y yo acarreábamos cubos de agua desde el viejo pozo. Ahora, quién sabe qué fenómenos. Ha muerto un famoso actor, pero su foto traspasa las paredes, y sé que es el antagonista del otro, que murió a las pocas horas, el que pensaba. Saco de la cartera del bolsillo del vaquero una foto, es tamaño carnet, es de una chica que amaba en otro tiempo. A la luz de gas de una farola de película de los años cuarenta, son sombras nadamás, veo que se transforma en una carta erótica: una mujer de rostro fino, de cuerpo débil, pechos apenas insinuados en la poitrine, es traspasada, sodomizada, por un tipo del que sólo es visible la parte animal. Con sus dedos peludos abre su vagina hasta el límite. Pero sans expression. Todo es la manía de un tipo que vive arriba, y que depositó el trofeo sobre unos viejos buzones arrancados. Tengo la foto para mí mismo, pero sin el placer de compartirla, pienso en la maldad de dejarla sobre el pecho de la chica hippie y su hija insoportable. Ahora se me ofrece la ocasión de saludarla por fin, y me acerco al lugar en donde retozan, como una pareja de antílopes antes de la lluvia. Sí, hola. Pero en el hueco de la escalera, que lleva a la planta de arriba, su voz me parece gutural, como forzada. Quiero saludarla por su cumpleaños Éramos tan felices. Mi hermana se casó con un hombre que fue un viejo conocido de la familia, ahora trabaja en una mafia inmobiliaria, y yo no quiero saber nada más de ese asunto. La mujer se da cuenta de mis intenciones. Me habla de Sloterdijk, de una “burbuja” y de algo más que no alcanzo a comprender. Suena música de otro tiempo, algo como Radio Topolino Orquesta. Y se aleja, y por mucho que lo intente, ella no viene, su voz como hojas secas desplazadas por ramalazos de viento, podrida su zapatilla, la niña me mira, es como una muñeca de feria, es rubia insufrible. Puede que todo haya sido un malentendido. Tengo hambre. Así era el sitio donde se consumieron mis mejores días, Salvo que ya no hay más tiempo, y el ángel que anuncia el fin trae una corona que es un arco iris, y sus manos son como puñales en mi ojo, y su espada de un brillo cegador, para el ángel que anuncia, es como el niño que rueda sobre el universo, dispuesto a matar al que anuncia...

Por el parque donde mis pasos se confundían con un gorrión, su voz se escurre por las ramas grises, son los niños de los patines, son los verdugos de los desobedientes. Así que emprendo el camino de vuelta, y veo que en la rampa de subida han colocado un panel electrónico en donde reza VIAJE FIN DE ESTUDIOS y los nombres de esos chavales de ahí abajo, con sus fotos digitalizadas y las pistas de su obra multimedia, y todo eso llega hasta aquí por medio de un fino entramado de cables y altavoces. Al lado, unos metros más adelante, veo a dos compadres que venden castañas que ellos mismos asan, y uno también tiene montado un puesto de sandías, es como ese lugar centro de salud mental adonde iba, es lo mismo pero en la cuesta cerca de las torturas sónicas. Sí, y tienen un tocadiscos que todavía hace su trabajo, y suena algo muy antiguo, algo que sonaba en ese lugar que era la infancia franquista de mis días, el final de un tiempo y el comienzo de otro más próspero y más fascista a su manera. Es algo así como copla, algo que mi padre solía escuchar a menudo. También es posible que sea Canción Latinoamericana, como Los Panchos o algo parecido. Una ambulancia, traen un perro abierto en canal, le tienen que practicar la autopsia. Pero esta sala está muy poco iluminada. Un hombre se quita el sombrero. “Hola, buenas, qué tal el día”. Los hombres no dicen nada. El disco sigue girando. Vamos a poner una bomba allí abajo. Ellos callan y siguen comiendo su bizcocho. Es hora de matar. Se me ha hecho un implante subcutáneo, algo que enseguida me acarrea problemas. Hay una banda que dicen ser mis amigos, pero sé que son mercenarios. Trabajan para alguien llamado Conone, que es un entendido en motores de todo tipo, y sé que otro llamado Cuenca pertenece también a la mafia deportiva de la ciudad. Juntos han decidido seguir mis pasos. La mujer de la niña es una enviada, de eso ya no me cabe ninguna duda. ¿Por qué si no tenía mi número de teléfono, y quiso quedar conmigo para charlar, para después retirarse con sibilina andadura? Me tiende una invitación para un mexicano: el cantante, con su vestimenta prototípica, yace destripado en la puerta, no me gustó esa estrellita, del lugar donde nacen los espantos, y los milagros de las trompetas, es la hora de las iluminaciones que yo sé. Ahí vienen. Me esperan justo detrás de los excusados, pero nadie tiene hora, es la hora es la cierta hora en que me dicen que ellos, los niños del Sonido Sucio, tienen pistolas cargadas, y me han desplazado hasta calle Granada para que duerma no lejos de su campo de influencia. Bastaría una palabra de más...

En la habitación, se supone que es una reunión, que éste es el hotel de la Gran Vía que nos han dado, y que chicadenegro y Moiss26 ya tienen mis papeletas de la votación, y que el premio será acostarse con el Muñeco más cinéfilo y la Petarda más rabiosa de las primeras butacas sobre el aliento de dientes rojos, es la saliva, sí, la que mancha la almohada, es la hora en que se revientan las venas y viene la flusssss explosión. ¿Eres checa?, le digo, y su niña tira más de su pantalón de gasa, he visto en un rapto cómo de la carta mana la sangre y el flujo blanco de un orgasmo, un helado de chocolate y fresa, es la vena aorta que dilata, sí, me dice, lo soy, y tú? Ahora su puesto de joyas es más grande, y su pareja, un alemán con una coleta en el occipital mientras el resto de la cabeza afeitada, es la noche en que las francesas son vegetarianas y se ríen de nuestros platos de morcilla y queso curado, es la hora de las lesbianas en rama. Vamos al cielito lindo. Un hombre inglés, homosexual y canturrón sale al escenario improvisado sobre la linde de la palmera, del coco se parte un trozo de cielo y el naranja de su blood fussion sale para saludar, me dice al oído la mujer de la niña “es la esfera donde se está mejor, ¿sabes?, yo a mi niña la llevo desde que tenía un añito, y siempre me dice que quiere repetir”. No sé qué responder, estoy ya algo cocido y las venas me laten de forma furiosa. En las manos sudorosas tengo un muñeco de unos diez centímetros, la cabeza pelona y anaranjada, vestido escarlata, un lazo gigante al cuello, el vestido de marinero de nuestras comuniones, le clavo alfileres para los que vienen a por mí. En el ascensor, es la hora de irse. Pero de repente alguien mete su manaza, se abre una vez y otra cabeza se ríe, me mira el que se ata parsimoniosamente las botas con los patines, es la plaza rodante un ciervo en la nieve rosa, es la pista de petanca destruida, la bomba del Carro. El tatuaje, lo buscan, dicen que lo tengo.

Versión A: es invisible. En la plaza, ahí entre los coches y los cubos de basura, salgo corriendo, vienen en pos mía, pero soy más rápido, no me dejaré coger, en realidad no tengo nada que esconder, el tatuaje.... africano.

Versión B: La mujer al lado de la caja, cuando pagaba las cosas cuatro en realidad, del día martes por la mañana, festivo y con resaca de la feria, tiene un tatuaje apenas perfilado, con la tinta inyección muy fina, es una hada arrodillada, y enseguida veo que ella es la que posó para la foto de la carta porno, el juego después de la orgía, cuando viene un órgano peludo a insertarse en los recovecos, la burbuja ésa que asco produce, el bestiajo del que salen espumarajos, calle que me desvelas, los coches son más lentos mientras el sauce besa mis labios enfebrecidos. No tengo miedo, no dolió nada, pero sé que a ella sí que le produjo efecto. Otra calle más en obras, El asfalto agrietado, es como esa boca, es como el culo de la que ahora está a mi izquierda, o la africana de minifalda muy reducida, que marcha al lado de un pueblerino que le ha tocado algo en la tómbola, puede ser ella de unos días, como la efímera?, y en la acera se desvían, la bolsa de periódicos, que a mi contacto se abre, los dientes separados, no, no es mi problema. Seguid buscando.

Coda: matarile rile rile, donde está la llave, mata mata al del patín. Sólo puedo verle el pelo desgreñado, y cómo hace una mueca de dolor, mientras es penetrado por una mano abandonada a su suerte. Dice la llamada perdida que se me llamó a las trece cuarenta de una madrugada, y que es el ágape de los sin dientes. Mi hermana me invita a su cumpleaños. Tengo escalofríos. Saco de mi mochila algo para roer. Me desperezo. Ese sueño vagabundo.... Pornografía toda la noche, de aquí para allá, los pliegues de una zona prohibida. Un cántico quebrado en la garganta. El poeta muerto dejó escrito: noches de cerveza agria en vasos altos como espejos lunares / tal vez la muñeca que compré abrió su panza y sacó el mecanismo / ya no hay dioses aquí abajo / sólo el perfume rancio de tu sexo consumido.
Y soltó la última carta que le quedaba, una mujer que fue su perdición, con el testimonio de su performance. Lleva un collar de perlas, medias blancas, y está abierta a la influencia. Desde la profundidad de su banco sale la risa cansada, hojas pegoteadas con semen, saliva y sangre, y dos toneladas de flores que lo sepultan.