Friday, September 29, 2006

Un genio, un loco (II)

Glenn Gould, el pianista excéntrico por antonomasia, y las Variaciones Goldberg, la obra de teclado más magnética que existe. Y como decía el narrador alucinado, por lúcido, de El Mecanógrafo, existen las Goldberg tocadas por Gould, y el resto, así que no sé cómo la Guía Penguin deja de lado las dos grabaciones maestras del canadiense, la de 1955 y la de 1981. Esta última es la que escuché ayer, otra vez, pero en esta ocasión con mucha atención: ¡qué música, y en qué manos! Hay variaciones, como la 25 (corte 26), con esa melancolía fatal, que alguna vez se escuchó en alguna película, que llegan a lo más profundo, y tocan esa fibra especial, ese nervio que hace que ya no la olvides. También los cortes 14 y 15 son emotivos al máximo; y cuando regresa, en el corte final, el 32, el aria da capo, estamos ya del todo in the mood, y no es posible volver atrás: Gould nos ha conquistado.

Cuando en la noche, escucho el último concierto que dan por la radio del Festival de Música de Alicante, cuando suena el concierto para piano de Ligeti por Alberto Rosado, siento el vuelco fatal, el pensamiento de la muerte, asociado por el hecho de que desde junio pasado Ligeti ya no está entre nosotros. Y qué le importará ahora que se toque su música, a él, que ya no escucha más. Y sé que algún día YA NO MÁS, y esto me aterra, me angustia, siento el vértigo fatal que me recorre y me abisma, algún día..., la nada, la oscuridad y el sueño eterno. Da igual que luego me recupere, que se lo cuente por teléfono a M., que de alguna manera no quiere pensar, porque también siente la misma angustia que yo, los dos mortales pero por algunos momentos mágicos, inmortales de alguna manera. Y en el bis suena otra vez el vivace molto ritmico e preciso, del Concierto para piano, que es deudor de Nancarrow más de la cuenta, pero no importa, porque el húngaro hizo suyas todas las influencias, todas las músicas de todo el mundo. Y la noche, que empezó con una obra de David del Puerto, su Concierto para oboe y ensemble, muy bien tocado, música exigente y refinada, la noche acaba con un recuerdo de lo que vendrá. Me ilusiono y casi no duermo, bueno, sí, pero con nervios, porque al día siguiente, es decir, hoy, me traen la librería, y por fin los libros tendrán su sitio, su reposo, después de tantos meses guardados en cajas de cartón.

Bach resuena, Mozart sale enseguida de la caja verde, y ya está también en su sitio, y la miseria de no ser nunca recordado, ser un nombre anónimo entre tantos otros, y la crueldad de que este mundo trágico y cada vez más caliente, será heredado por los fascistas que tanto detesto.

La música no puede consolarme, ni esos libros hacerme reír y olvidar, que soy un pobre mortal, y que todo seguirá, sin mí, sin ninguna herencia...

Demasiados libros para una persona sola.